The Lighthouse (El Faro)

Rindiendo un homenaje explícito al cine mudo y al expresionismo alemán, Eggers presenta aquí un singular largometraje, tratando de utilizar las grandes influencias (Lynch, Hitchcock entre otras) para mostrar su propio lenguaje cinematográfico.

Así, al reapropiarse de los códigos del género terrorífico, el director logra inculcarle un alcance psicológico y mitológico, destacándose de las convenciones habituales, evitando los “saltos de miedo” y otros clichés del género, para entregar una obra atípica con una atmósfera helada, una lentitud agonizante, una estética imponente y arcaica.

De hecho, con The Lighthouse , Robert Eggers continúa lo que comenzó en su primer largometraje, explorando y trascendiendo el mito del fondo marino, dando forma a una verdadera visión alucinada, donde el sueño y la realidad se mezclan y añaden un toque de humor relevante y siempre sutilmente explotado.

Un envejecido farero de Maine

Desde esos primeros momentos, el cuadro está listo. En forma de una película íntima y minimalista, a través de una atmósfera austera y sofocante, se puede escuchar el rugido apagado de un faro. Un faro imponente, una poderosa figura metafórica de posteriores fantasías y frustraciones sexuales, un futuro testigo de una mórbida sexualidad obsesiva.

Es en esta atmósfera oscura y lúgubre, donde la niebla parece engullir los ambientes como personajes, en un desierto imbuido de violencia bestial, que comienzan las peregrinaciones alucinadas de nuestros dos guardianes del faro.

En sólo unos minutos, Eggers impregna una atmósfera de extrañeza, donde lo sobrenatural se codea con lo fantasmagórico y absorbe al espectador bajo esta niebla cautivadora de la que parece no haber escapatoria.

El espectador que, además, se acerca, a lo largo de la película, a un verdadero punto de vista omnisciente a través de esta cámara flotante. Una cámara que atraviesa los elementos del decorado, como si no hubiera límites físicos.